Un niño pequeño está tumbado en la cama, con ganas de ir al baño.

Un niño pequeño está tumbado en la cama, con ganas de ir al baño.

Se levanta de la cama, baja corriendo al salón y se encuentra a su madre charlando con unas amigas.

«Mamá», grita el niño a voz en grito, «¡Tengo que mear! ¡TENGO QUE MEAR!

Ni que decir tiene que la madre se siente mortificada por el lenguaje de su hijo delante de sus invitados y regaña al chaval. «¡Quentin, en esta casa NO se grita esa palabra! La próxima vez, susurra, ¿vale?».

El niño asiente tímidamente. Su madre lo lleva al baño y lo mete de nuevo en la cama.

A la noche siguiente, el pequeño Quentin está deseando ir al baño otra vez.

Se levanta de la cama, baja corriendo al salón y allí está su madre, tomando una copa de vino con sus amigas.

«¡Mamá! ¡Tengo que susurrar, tengo que susurrar!»

Mamá se excusa y se lleva a Quentin al baño, sonriendo ante el inocente error de su hijo, pero aliviada de que al menos haya sido más discreto que la última vez. Vuelve a subir a Quentin y lo arropa en la cama. «Bien hecho, cariño», le dice dándole un beso de buenas noches, «eso ha sido mucho más educado».

Pasan unas cuantas noches y, de repente, el niño vuelve a tener ganas de ir al baño.

Así que se levanta de la cama, baja corriendo al salón y allí está su padre viendo la tele.

«¡Papá!», dice Quentin en voz baja, «¡Tengo que susurrar, tengo que susurrar!».

«¿Ah, sí, amiguito?», dice papá, con los ojos fijos en el televisor. «Ven aquí y susurra al oído de papá».

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